miércoles, 14 de mayo de 2008

-Cuentos-Jorge Alejandro Vargas Prado


Serie: La tarde absoluta (cuento)
Fecha de publicación: Junio, 2006.
Páginas: 50
Dimensiones: 20,5 x 15 cm.
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La loca


Con amor y sueños persistentes, a mi promo
Natio Lucis Novicci de La Merced, Cusco.


Un día me bañaba con exquisito placer acariciando mi cuerpo; imaginé que otras manos eran las que en realidad me tocaban, sentí calor.
Salté asustado cuando, con un ruido espantoso, la ventana retumbó; cerré la corriente del agua y aún desnudo fui a ver lo que acontecía. Una masa de color rosado, grande y pegajosa se había adherido al vidrio. Miré extrañado. Un bolo... pensé en silencio.

Carla gemía fuertemente mientras cerraba los ojos y fruncía el ceño. Yo mordía mis labios transpirando e intentando que los movimientos sean parejos y constantes. Había levantado sus piernas sobre mis hombros y tenía una visión panorámica de aquella maravilla. Poseía una oscura rosa. Gotas de inmenso placer ya se asomaban por sus labios aun antes de que yo estuviera completamente desnudo, así que la penetración fue rápida; aunque sus músculos ofrecían una buena resistencia, precisa para el gusto de cualquier amante acostumbrado a mujeres desfloradas, de gran trayectoria. Dio un giro violento al escuchar el desgarrador grito proveniente de la calle.
—¿Qué es eso? —me preguntó asustada.
—No lo sé Carlita, no lo sé —le dije desnudo, aún con muchas ansías de seguir nuestro juego—. Será mejor que vaya a ver lo que pasa.
Me acerqué a la ventana cubierta con nuestros sudores y vi horrorizado que la loca me observaba desde el edificio de en frente. Sonriendo, me hizo señas para que la abriera.
—¿Qué quieres? —le recriminé con dureza—. Por qué me molestas.
—Yo soy... la loca.
—Sí —reí—. Lo sé.
—No me recuerdas.
—¿Recordar? Te he visto un par de veces… y tú eres… la loca , ¿no?
—¡Ay Luís Mario!
Sentí heladas las manos y el latir constante de mi corazón parecía haberse detenido.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Ella rió. Pude percatarme sin embargo que tenía los ojos húmedos, como la vulva de Carla quién me esperaba.
—En realidad, parece que todos me enterraron en su memoria —sacó un objeto del bolsillo de su saco de sensuales pieles—.. Ten —y lo lanzó hacia mí en diestro y certero movimiento—. Escucha y recuerda. Yo soy... la loca —. era un CD rosado.
Cerró la ventana y apagó la luz de su habitación. Observé el vacío, permanecí inmóvil por un instante.
—¿Qué quería esa tipa extraña? —me preguntó Carla mientras, sonrojada y delirante de placer, arremetía duro contra ella misma.
—Nada mi amor, nada.
La tomé por los brazos y la lancé a la cama imaginando que me alimentaba con su leche de madre, ella gemía y apretaba con fuerza sus piernas. Hirió mi espalda excitadísima, lento destrozó mi piel con las uñas. Envenenada con mi aroma, me empujó. Caí de nuestro húmedo nido y al reincorporarme la encontré de espaldas asemejándose a un animal cuadrúpedo.
—¡Reviéntame! —me ordenó.
Enhiesto, salté a la aventura.

El sol escurría sus cabellos sobre mi rostro. Desperté observando el cielo por la ventana, ninguna nube me distrajo. Una bandada de extrañas aves cruzó colorida entre los edificios.
—¡El CD! — recordé de inmediato.
Hice a un lado las sábanas. Noté que se habían manchado con sangre. Coloqué el disco en el reproductor y lo activé alzando las orejas como un perro curioso a la expectativa de algún ladrido lejano
Con ustedes la radio novela: Sheila y las apasionadas. Era un día de abril, en el que Sheila caminaba feliz "¡Ay mira una barata! ¡Corre!" —pasos rápidos y fuertes— "¡Marushka! ¡Marushka!" "¿Dónde estás?" “¡Aquí en el baño ven frótamela!" —gemidos— "¡Mira esas flacas vamos, vamos!" “¡Ay Sheila! Mira lo que encontré: un masturbador de dos cabezas" " ¡Ay que rico!" —gemidos— "No, no, no comencemos con nuestras relaciones lésbicas por favor" " Cuidado, el obrero está atrás te está escuchando, Luís Mario, digo... Sheila" —sentí que el tiempo aventurado me disparó directo al pecho. Habían dicho mi nombre. Presté detallada atención— "Entonces ¡Ay Dios! Viene y le comienzan a tocar la papa..." —la grabación es interrumpida por gritos extraños y risas muy tenebrosas, como sacadas de ultratumba. Hay un pequeño silencio, más corto de lo que me parece. Tuve miedo. Al fin se escucha— "Yo soy... la loca. Nací, yo nací en... Cusco, en mil novecientos ochenta y siete el quince de abril ; mis padres me criaron mal, me daban paletitas y muchos hot dog, las salchichas eran duras y fuertes, pero no sabían que yo era... tururururururu... —ruidos de ahogamiento— Una noche fría mi tío me invitó a su casa, me hizo... —el narrador calla como para que no lo escuchen, pero al fin continúa—. Me hizo quitar la ropa y yo... —y un gritó ensordecedor se apropia del ambiente, me aturdo pero presto aun más atención y subo el volumen ya que la calidad del CD empeora—. Entonces comencé a gritar y a gemir muy fuerte porque el momento de la erección me excitó demasiado; ya que al ver que las venas se hinchaban y que la cara de mi tío cambiaba de expresión. Mirándome con una cara lujuriosa y muy sensual a la vez me dijo: ¡Acércate! Acércate más que yo no muerdo. Entonces le contesté: ¡No me toque maldito degenerado!... No debí decirle eso pues ya sabía lo que me iba a pasar, agarró un bat de baseball y comenzó a golpearme fuertemente en todo mi cuerpo. Le suplicaba: Por favor para ¡Para que me duele! ¡No! ¡Ah! ¡Me duele! Al final de su gran agresión vio que me salía sangre del ombligo y le dije: Eres un maldito degenerado sexual que no piensa nada más en hombres que la tienen grande. Salí corriendo de mi casa todo desnudo y al cruzar la calle... un carro vino a toda velocidad y no pude ver más... —un nuevo grito estridente colmó mi cerebro— Yo soy la loca" —se escuchó, muy triste.
Luego el sonido fue confuso, miles de gritos y gemidos que pedían clemencia, risas; todo mezclado en un gran barullo explosivo, al fin se pudieron distinguir palabras... "Mary, Mary por favor ¿Me compras un... autoadhesivo?" "Sí quieres, pero me das mi propina" "Sí... te lo lamo tu coño, nena" —y otra vez gritos y risas conjunsionados— "Yo soy... la loca capítulo: «Aves sin nido» Yo nací en Cusco el quince de abril de mil novecientos ochenta y siete; mis padres me criaron mal, me dieron muchas paletitas y muchos hot dogs, las salchichas eran duras y fuertes, pero no sabían que... sufría en el colegio. Un día, mi profesor de Geografía me dijo: Molestas demasiado ¡Vamos! Te enseñaré Educación Sexual, respondí de inmediato: Pero profesor usted no enseña educación sexual —gemidos de ahogo—. No profesor ¡No más! ¡No más! ¡No me golpee con el trozo! Me gritaba: ¡Tócalo! ¡Tócalo! Le dije: ¡No por favor! ¡No! ¡No! ¡No sale! No sale con lejía esas manchas profesor, por favor ¡No! —gemidos— ¡Um! ¡Um aja! ¡Am! Profesor, no lo volveré a hacer se lo juro ¡No me voy a quitar la ropa! ¡No!. Entonces me empezó a desgarrar el vestido, me sacó las medias panty y me dijo: ¡Perra! ¡Perra! Respondí: ¡No profesor! Yo no soy una perra, yo soy Juan Algarabía la loca... mm, mm, mmgorda, mmgordita.Juan Algarabía. Ese nombre. En el ático de mi mente pude observar una arista de luz. Aún nada estaba claro. Tenía que continuar.
"Y entonces el profesor de química vino hacia mí y me dijo: ¡Ven! ¡Ven! ¡Algarabía, ven! Yo le eh, eh, um, ah, ah ¡Ah!"
"Yo soy... yo soy... la loca, capítulo: «Herencia»... Cuando estaba en Cherry Trouble tuve un amigo que se llamaba Felipe, él trabajaba en modelaje en Arequipa. Me miró con buena cara desde el primer día en que vine. Yo le caí bien al parecer pues siempre me maquillaba y usaba su maquillaje personal para delinearme los ojos y los labios mayores y menores .Entonces uno de esos días cuando me fui a ser el exfoliado me dijo: Juan, te quiero mucho. Yo lo miré con cara de extrañura: ¿Por qué? ¿Es usted, raro?; No, sólo que me gustas. Entonces lo miré y le dije: Usted también, siempre le encontré cierto atractivo y eso de que me maquille con sus maquillajes personales me atrae hacia usted. Luego fuimos hacia el cuarto del doctor David Loayza, me senté en la cama y me dijo: Quítate la ropa. Pero, estamos yendo muy rápido yo le dije. No importa, esto seguirá mucho más. Empezó a desvestirse quitándose primero el sostén, después se deshizo de sus prendas mayores, lo vi todo ¡Lo vi todo! Me dijo: eres muy atractivo, tu cuerpo me produce ardor en todo mi vello; y le respondí: no le entiendo, pero usted también me atrae, su estructura anatómica es tan hermosa. Añadió con lujuria: ¡Ven! te voy a tocar. Asentí. Me empezó a tocar los pezones y eso me produjo una excitación muy fuerte —una voz ajena a la narración entre risas dice: “empieza a llorar”—. Cuando hizo eso empecé a llorar y me dije: No, esto no puede suceder yo soy hombre, y ella es mujer, o lo que parece, o lo que aparenta; de pronto, ahí. ah, ah, ¡ah!
Después de saltar casi media hora salí espantado del cuarto, corrí desnudo por todo el canal Pantalla Sur
—Pantalla Sur... David Loayza… Cherry Trouble… las cosas comenzaron a tener sentido para mí...—. Entonces llegué a mi colegio, era hora de educación física y todos mis compañeros al observarme exclamaron: ¡Por Dios! Estás desnudo Algarabía ¡Estás desnudo! Yo les dije: ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!. El profesor Pizarra, espantado al verme me dijo: ¡Eres una loca! ¡Eres una loca! No profesor yo no soy una loca... yo soy Juan Algarabía... la loca. Y entonces me botó del colegio. Me quedé totalmente desnudo en la calle y un carro...La calidad del CD empeoró una vez más. Subí el volumen para poder escuchar alguna cosa. La voz era la misma pero no parecía bromear. El muchacho suplicaba que dejasen de hacer lo que le estaban haciendo. Al parecer era su profesor. Potentes golpes metálicos se repetían.

¿Quién era en realidad la loca?
Veamos, primero el nombre: Juan Algarabía, no se me ocurrió a nadie con ese nombre, Cherry Trouble, ¡Un programa de televisión! ¡Claro! El show de Cherry Trouble, aquel show televisivo en el que comencé a hacerme famoso, ya casi lo había olvidado. Pantalla Sur era el canal en el que se presentaba, David Loayza el dueño, entonces la loca había participado conmigo, pero ¿Juan Algarabía?
Seguí buscando pistas en el CD, lo escuché tres o cuatro veces más. Tomé una hoja en blanco y anoté los datos que me podrían esclarecer aquella inquietante incógnita. Me percaté, aún sorprendidísimo, que se mencionaba mi nombre al principio de la grabación y que casi al final de la misma nombraban también al señor Pizarra quién era jefe de normas en mi colegio.
Cuánta nostalgia me invadió al recordar mi escuela, mis amigos; recordé los recreos mudos testigos de un sinfín de aventuras. Las frases sin sentido escritas fugazmente en las pizarras, los profesores, nuestras travesuras. ¡Bolos! Nosotros nos lanzábamos bolos es decir papel higiénico masticado. La loca me lanzó un bolo. Entonces… la loca era uno de mis compañeros de colegio.
Excitado por mi hallazgo corrí al desván de mi apartamento donde guardaba cachivaches con la esperanza de que algún día me pudieran servir. Antes de bajar las gradas me quedé quieto, hipnotizado por la magia del atardecer dorado de la costa, el sol, convertido en una roja bola de fuego parecía ser llamado por el mar, en un eterno y mágico romance. Sonreí satisfecho.
Estaba oscuro y pude palpar muchas telarañas al intentar prender la luz. ¡Qué espectáculo desastroso! Mi entusiasmo era tan grande que nada me impediría buscar la “Caja de los Recuerdos Estudiantiles”, así la llamaba yo.
Cuando al fin la encontré temí abrirla. Me asustaba el futuro, el miedo de saber algo nuevo, dudé mucho tiempo hasta que tocaron el timbre. Salté de la impresión.
—Hola, amor —dijo Catherine una muchacha de gran talla, morena, de cabellos negros.
—Catherine… ¿Qué tal?
—Luís Mario ¿No te alegra el verme?
Ella se acercó sin dejarme de mirar a los ojos, llevó su mano directo a mi bragueta, sintiéndome. Retrocedí un poco las caderas.
—Disculpa Catherine, estoy muy ocupado... un asunto me tiene loco...
—Y algo así… —se agachó con impresionante elasticidad dándome la espalda—, ¿puede solucionar el problema?
Dejé de pensar en todo, excepto en su deliciosa y provocadora propuesta. La invité a entrar casi a empujones. Pero al final fue ella quien hizo todo el trabajo sucio. De una cachetada me derribó en el sofá, y rompió mi camisa blanca. Me regaló un profundo beso, le introduje la lengua repetidas veces simulando un exótico jugueteo. Ella enloquecida recorrió mi torso. Me quitó el cinturón, librándome luego del encierro de la cremallera. Se puso de pie y bailó con sensualidad para mí desnudándose con premura. Su delicioso tulipán era en algo diferente a todas las que ya había visto, sus labios interiores eran más pronunciados lo que posibilitaba una visión más ventajosa. Lo que sigue, es brutal.

El día llegó de nuevo. Esta vez mucho más temprano. El sol veraniego apenas se había asomado y yo ya buscaba entre mis cuadernos algo que me pudiera indicar quién era Juan Algarabía. Encontré las relaciones de alumnos de todos los años, hallé su nombre. Me percaté de que figuraba tan sólo hasta cuarto de secundaria. Era cuestión de encontrar la revista de fin de año de cuarto. Revolví papeles y folletos llenos de polvo, hojas manchadas con excremento de roedor, decenas de bichos caminaron por mis manos antes de que pudiera encontrarla.
Cuánto alivio me causó tenerla entre mis manos y cuánto horror me causó leerla. “Juan Algarabía desaparece sin dejar huella alguna” Hojeé rápidamente hasta encontrar el lugar en donde se desarrollaba la noticia:
Juan Algarabía desapareció el 15 de abril.
El alumno de cuarto año de secundaria sección B, Juan Algarabía, desapareció el 15 de abril cuando promediaban las tres de la tarde. El desafortunado incidente ocurrió a la salida del colegio, sus padres han guardado absoluto hermetismo y a ciencia cierta no se sabe si es que sentaron una denuncia en la división policial concerniente.
Sus compañeros de grado y en general de todo el colegio lloran su desaparición imaginando lo peor.
Juan Algarabía se caracterizaba por tener un carácter amable y cooperativo. Se lo podía encontrar con frecuencia en la biblioteca pues ayudaba a elaborar los decorativos para las diferentes fechas celebradas en el año. Nunca tuvo problemas de ningún tipo con ninguno de sus compañeros pero, como ellos mismos cuentan, a veces era centro de burla por su delicado comportamiento…
Cerré la revista con fuerza sorprendido por lo que acababa de leer.
Ahora recordaba todo con claridad. Juan Algarabía era uno de mis compañeros. Hasta que desapareció esa tarde. Yo lo vi todo, aunque nunca dije nada por temor a represalias de Bob, su padre.

Caminábamos, a la salida del colegio, con dirección a nuestras casas sonrientes y respirando el relajo propio del fin de la jornada.
De pronto me distrajo un áspero grito. Al voltear un hombre alto y fornido con vestimenta de trabajo duro corría hacia nosotros. Juan espantado me pidió que huyéramos, pero fue muy tarde; su padre lo había tomado rudamente del brazo y a empellones, arrastrado por el suelo, lo llevó a la cabina de un gran camión amarillo. Suplicante y con la carita herida por un fuerte puñetazo, ahogado por las lágrimas me pidió ayuda.
Ninguno de los que transitaba por allí fue al rescate.
Yo tampoco.
Desde ese momento nadie nunca más supo nada de él, en el colegio preferimos no nombrarlo nunca más.
Al fin recordaba todo.
Empujado por una enorme alegría, salí de mi apartamento sin cerrar con llave. Llamé al elevador pero no obtuve respuesta. Esperé bastante tiempo hasta que el encargado me dijo que se había averiado. Maldije y corrí por las escaleras, no me quedó otra alternativa que bajar los once pisos. Abrí luego el portón del edificio y crucé la pista casi siendo atropellado. Al fin llegué al predio de enfrente y le dije al cuidante que venía por la loca. Sonriendo, y seguro pensando que era uno de sus ocasionales clientes, me dejó pasar. Toqué la puerta del que supuse era el departamento de la loca. Me abrió una bella muchachita rubia, inocente y de talla escasa. Al verme agitado y sudoroso cerró un poco la puerta.
—¿Qué desea?
—Busco a la loca...
—Se ha confundido
—Por favor —rogué antes de que me cerrara—. Te lo suplico, por lo que más quieras, necesito hablar con ella.... ¿Sabes dónde vive?
—Vive en el mil ciento sesenta y seis
Y me estampilló la puerta en la cara. Al menos ya sabía con seguridad donde la podría encontrar. Corrí hasta donde me había indicado.
La puerta estaba entreabierta, me acerqué para escuchar. Nada, ni un sonido. Toqué con insistencia, muchas veces, pero nada surtía efecto. Un sentimiento morboso y desesperado me empujó a entrar. Poco a poco abrí la puerta. Vi un bulto altísimo.
—¡Disculpe! —dije sonrojado—, me equivoqué de lugar
Nadie me contestó. Temeroso subí la mirada.
La loca pendía ahorcada de una cuerda rosa amarrada de algún modo al techo. Tenía los labios morados, una línea delgada de sangre no dejaba de salir de su boca; estaba tan bien arreglada como siempre. Lo más aterrador de todo eran sus ojos, uno de ellos me miraba fijamente, no tenía brillo. Y el otro estaba en blanco. No aguanté el espectáculo y escurrí la mirada conteniendo las náuseas. Volví a poner los ojos en el cadáver y me percaté de que en medio de las joyas de su mano derecha había un papel. Con repulsión lo retiré sin poder evitar haberle tocado la mano fría. Me estremecí.
En el papel se leía:
Estuve sola hasta el final. Todos me han enterrado en sus recuerdos. Nunca me sentí parte de este mundo. Tuve, tengo y hubiera tenido miedo de vivir... El amor no existe. Nunca me debí entregar.
Volví a mirarla y me pareció que sonreía, y aún observándome como si fuera capaz de escuchar le dije:
—Oye loca... yo te recordé.

Febrero 2004

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