viernes, 4 de diciembre de 2009

-El que no corre, vuela-Giovanni Barletti






Serie: La tarde absoluta (cuentos)
Fecha de publicación: Noviembre 2009
Páginas: 127
Dimensiones: 13 x 20 cm
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EL “NUEVO PERÚ”


La mañana estaba soleada, exageradamente soleada, esto se podía notar en las caras fastidiadas de los policías, periodistas, camarógrafos, hasta en el mismo fiscal y en toda la sarta de curiosos que rodean las inmediaciones de esa casa de dos pisos pintada toda de verde, donde ocurrió esa noticia que conmocionó a todos hoy por la mañana.
—Mi nombre es Carlos Becerra y trabajo en el “Nuevo Perú” —apenas pronunció el “Nuevo Perú” rebuscó en el bolsillo de la camisa su fotocheck y se lo enseñó al policía que lo miraba con desconfianza—. ¿Me puede poner al tanto de lo que está pasando, oficial?
—¿Y usted qué cree que soy yo, pitoniso, adivino? —hizo de pronto un gesto de fastidio, como si le hubieran hecho hoy varias veces la misma pregunta estúpida—. Yo tampoco sé lo que está sucediendo, desde temprano me dijeron que venga y que no deje entrar a nadie, adentro está el fiscal haciendo el respectivo levantamiento del cadáver. Así que por favor —estiró una mano y le señaló la calle—, retírese.
—¿Pero y sabe dónde está el marido o la hija menor que dicen tenía la señora —sacó una libreta ínfima y leyó apurado— María Ramírez Tejada?
—Ya le dije que no sé nada, por favor retírese —dicho esto, cogió a Carlitos de un brazo y lo acompañó a la puerta—. Espere afuera a que salga el fiscal y hágale a él las preguntas.

Carlitos Becerra se fue indignado y murmurando que es de la prensa y qué se ha creído, era su segunda semana en el “Nuevo Perú”, aún no sabía que tiene que ganarse la confianza de los policías de alguna forma, cosa que los experimentados como Vilela, su jefe, saben de sobra pero no le dijeron lo que tenía que hacer, sólo le ordenó en la mañana que vaya a tal dirección y que con carácter de primicia cubra la noticia y bien, Becerrita, entrevistas a los familiares, más que a nadie al esposo, al fiscal, a los vecinos, te vas con Rivera para que tome unas fotos y me traes todo listo para hoy día en la tarde. Carlitos salió enfadado del periódico, cómo es posible que me manden a hacer todo eso, tenía que terminar para hoy día en la tarde porque aunque es un semanario justo lo imprimen hoy y si no tenemos la noticia no vamos a competir con los diarios, ¿me entiendes, Becerrita?
Pensando en todo eso regresó sobre sus pasos decidido a convencer al policía malhumorado de alguna forma, primero le dijo que tenía que cubrir esta noticia como sea, tan sólo déjeme pasar un ratito a tomar dos entrevistas y listo.
No tuvo ningún efecto poner esa cara larga pues ahora ya sin decirle nada lo regresó a la no muy transitada avenida.
No le quedó más que esperar debajo de un pequeño árbol cruzando la pista y observar todo con sigilo. Se le veía gracioso con su chaleco negro que dice prensa en la espalda, está un tanto entrado en carnes y le queda apretado, si lo vieran así sus amigos ni lo reconocen, pero por terco quiso aprovechar estas vacaciones en algo útil, siempre le gustó el periodismo y esta era la ocasión que estaba esperando hace tiempo; aunque se paraba quejando casi todo el día, como ahora del calor y del policía cabrón, le encantaba esto. Era su trabajo ideal.
No fue difícil sacarle información a los curiosos que pululaban e iban aumentando conforme pasaba la hora, ¿qué había pasado?, ¿cómo?, y ¿dónde estaba el marido? Lamentablemente le dijeron toda clase de cuentos que no concordaban y si ellos eran los testigos deberían saber algo pero no fue así, que se había envenenado con ácido, otros decían que con un raticida potente, algunos afirman que escucharon un disparo, otros dicen que el marido fue quien las mató, por eso no aparece por ningún sitio. ¿Las mató?, claro, la señora y su hijita están muertas.
Fue cuando le interesó a Carlos la noticia, además que le impactó, al parecer María Ramírez Tejada (29) antes de suicidarse había asesinado a su hija menor Isabel de tan sólo cuatro años, aunque algunos le dijeron que habían visto a la niña salir corriendo y avisar a la policía que su mamá no despertaba; no fue sino una señora gordísima, vestía un camisón percudido que dejaba al descubierto las formas horribles de su cuerpo, quien le informó que el marido es alcohólico, mujeriego, que todo el día anda metido en los burdeles, es el colmo, ustedes los periodistas deberían hacer campañas para cerrar esos antros de perdición de una vez, se han perdido las buenas costumbres, la moral en nuestra ciudad, dijo exaltada, Carlitos confundido le dio las gracias y le aseguró que haría lo posible. Cuando éste ya se iba, lo llamó haciéndole un ademán infidente, como se saludarían en la calle dos amantes que quieren pasar desapercibidos.
—Ese hombre es de lo peor, le pega, no le da plata y para en los burdeles —bajó de pronto la voz y ahora ya parecía un murmullo—. Seguro por su culpa hizo semejante atrocidad mi comadre, es una basura ese hombre, mi comadre estaba desesperada, ya no sabía qué hacer. Imagínese que varias veces lo tuvo que ir a buscar al muy desgraciado a esos antros. Imagine las humillaciones que pasaba mi comadre, tener que estar rodeada de todas esas mujerzuelas. Es el colmo, señor periodista, esto no podía ser.
—¿Quiere decir que el señor Pedro Molina era conocido por frecuentar lugares de dudosa reputación? —hablaba sin hacer gestos y anotaba todo lo que decía la señora en su pequeña libreta, de pronto se detuvo—, ¿y dónde está ahora entonces?
—Fíjese usted que nadie sabe dónde está, a mí no me sorprendería que él las haya matado y como es policía sus amigotes lo cubren —señaló con el dedo hacia la casa—. Ése que está ahí es uno de los que va siempre con él a la “Kananga”.
Tal como le dijeron varias personas, este caso no se va a resolver así nomás. La policía va a poner todas las trabas que sean necesarias, pues cómo van a manchar a un coronel de la Policía Nacional porque le pegaba a su mujer, y al parecer ésta ya harta de tanto abuso decidió suicidarse llevándose también a su hijita para que no tenga que vivir con la basura de padre que le tocó.
La noticia a las diez de la mañana ya estaba en boca de todo el mundo, no sea por la naturaleza del acto, sino porque hace unos cuatro años esa pareja enamorada se casó con bombos y platillos, parecía la pareja del año, no dudaron en hacer una fiesta espectacular que se prolongó varios días, y ahora de qué manera terminaba.
Carlitos al escuchar Kananga decidió emprender hacia aquel mítico burdel con Rivera que ya había terminado de tomar las fotos necesarias, no sin antes llamar al señor Vilela e informarle lo acontecido. <>. Pero igual apúrate, no te queda mucho tiempo.
—Pero, Becerrita, tú estás loco. ¿Crees que vas a ir a ese burdel y te van a contar lo que sucedió ayer por la noche? —Rivera habló algo ofuscado, también tenía calor y quería regresar al periódico—. Creo que vamos a ir por las huevas.
—No pasa nada, Rivera, nunca falta un curioso por ahí, un borracho que sepa algo, y si no hay nada nos regresamos pues —su voz estaba más segura, confiada, como si hubiera envejecido en un día varios años, como si el <> lo hubiera cambiado—. Vamos rápido, si es cierto que va todo el tiempo, entonces alguien lo tiene que conocer, debe tener algún enemigo, alguna deuda. ¿No crees? Además su coartada va a ser que estuvo en la Kananga hasta la madrugada y, ¿si no es cierto, si él las mató como dice esa señora?
La Kananga estaba en medio de un fila de burdeles, chongos, night clubs, mataderos y algunos bares disfrazados, al parecer no había mucha diferencia entre todos, pero Rivera, informado al máximo, se encargó de explicarle al neófito de Carlitos lo necesario sobre la vida nocturna de la ciudad.
—Becerrita, la mayoría están disfrazados porque no tienen licencia para funcionar, tampoco les van a dar licencia para abrir un chongo, lo que abren son night clubs, en algunos hasta hacen striptease y cosas así, o simplemente puedes ir a conversar con una flaca de esas y si quieres matar te la llevas a un telo. Ahora chongo, burdel, prostíbulo, son sólo los sinónimos. Hay dos tipos nada más: El night club y el matadero.
Le estaba explicando cómo era un matadero cuando llegaron, Carlitos cambió el tema rápidamente. Un letrero de luces de neón les anunció que estaban en el lugar correcto, las paredes del recinto eran todas negras y el suelo estaba regado de chapas de cerveza.
Pensó en tocar la puerta cuando salió una mujer con una falda diminuta a regar la fachada del local, masticaba chicle, tenía puestos unos audífonos. Carlitos se acercó dudando un poco y Rivera se quedó detrás para ahorrarse problemas.
—Buenos días, mi nombre es Carlos Becerra y trabajo para el semanario el “Nuevo Perú”, quisiera que me ayude a constatar unos cuantos datos si es que tiene tiempo —sacó su libreta ínfima e hizo el ademán de escribir—. ¿Usted estuvo laborando ayer por la noche en este local?
La mujer lo miró sorprendida, pasó un segundo, sin decir palabra alguna dio media vuelta y desapareció rápidamente tras cruzar el umbral de la puerta.
Rivera estaba riendo, le dio gracia ver a Becerrita tan interesado y la otra que al escuchar prensa huyó despavorida.
—Me cagó, Rivera, creo que la asusté —se quitó el chaleco de prensa—. Vamos a tocar la puerta. Guarda la cámara.
No fue necesario tocar, al instante salió un sujeto de cabellera larga, vestía un chaleco de seda rojo que resaltaba sus fornidos brazos, la cara huesuda, el aliento a licor se sentía a lo lejos. Le miraron las manos antes que nada para ver si portaba algún arma, pero no. Se acercó a los dos reporteros sin quitarles un ojo de encima al mismo tiempo que se tambaleaba, parecía se iba a caer a cada paso.
—¿Ustedes son los pendejitos que han asustado a una de mis chicas? —No paraba de caminar conforme hablaba, tuvieron que dar unos pasos hacia atrás para no darse el encontronazo—. ¿Qué carajo quieren?
—Somos del semanario el “Nuevo Perú”, sólo queríamos algo de información sobre el Coronel Pedro Molina —seguían retrocediendo, ya iban a llegar a la pista—, en ningún momento quisimos asustar a la señorita.
—Acá nadie sabe quién chucha es Pedro Molina ni qué ocho cuartos. Lárguense —por fin se detuvo—, váyanse y no hagan problemas.
—Pedro Molina frecuenta este local casi todos los días, cómo no lo va a conocer, díganos si estuvo por acá ayer y listo —dijo Carlitos atropellándose con cada palabra.
El caficho perdió la paciencia y se acercó a Carlitos presto a golpearlo, éste, pensando en lo peor, miró a Rivera que intervino acertadamente.
—Llámame a la señora Elena y dile que ha venido Edmundo Rivera —lo dijo con una voz que impresionó a los dos, ronco, autoritario, déspota— del “Nuevo Perú”.
Los tres se miraron como lo harían tres pistoleros en espera del primer disparo. Nadie dijo nada durante unos segundos.
—Señor Rivera, no lo reconocí —trató de sonreír el caficho—. Ahorita se la llamo. ¿No quiere pasar?
En absoluto silencio cruzaron aquella puerta redonda detrás del tipo, adentro las sillas estaban sobre las mesas y tres mujeres ojerosas barrían apresuradas. Carlitos trató de imaginar cómo sería esto de noche pero no pudo. Fuera de los tubos y tarimas que lo rodeaban, no parecía un burdel. La luz se filtraba por las ventanas abiertas, la música estaba suave, un sujeto entró con una caja de cervezas vacía. Debe ser un night club.
La señora Elena salió cubierta en joyas y con un conjunto verde que le quedaba ancho, estaba maquillada en exceso, detrás de esa cara embadurnada se podía ver su piel morena y sus ojos negros, tenía el cabello muy largo y lleno de rizos que se tocaba de rato en rato orgullosa. Rivera la saludó con un beso en la mejilla, él es Carlos Becerra, un colega. Carlitos le dio la mano, la mujer lo miró con desconfianza; se sentaron en una mesa redonda pequeña, el caficho de hace un rato bajó las sillas para los tres y les trajo una cerveza tibia.
—Rivera, ¿qué es lo que quieres ahora? —Hablaba con voz suave, sin mostrar su verdadero vozarrón de negra callejonera—, venir a estas horas y encima asustarme a una de las chicas. Sólo porque eres cliente de esta casa no te han masacrado mis colaboradores.
—Yo lo sé Elena, es que ha habido un malentendido —miró a Carlitos haciéndole un gesto como para que permanezca callado—, hemos venido en son de paz, más bien si nos pudieras traer a un par de chicas. Acá mi colega me ha estado presionando para venir, nos hemos escapado del periódico, tú sabes cómo soy yo.
Los tres rieron, Carlitos más lo hizo por compromiso que por otra cosa. Estaba sorprendido, no sabía que Rivera también era chonguero.
—Las chicas están durmiendo, pero te las puedo despertar dentro de un rato. Por ahora disfruten la cerveza, que ésta su humilde casa les invita.
—Gracias, Elenita, tú siempre tan buena gente. Por eso siempre venimos con los de la redacción, ¿sabes que la competencia nos está ofreciendo chelas y hasta un show gratis? —puso cara de sorprendido, qué buen actor era Rivera, Carlitos lo miraba entretenido y sin decir nada—, pero yo siempre le digo a los muchachos para venir aquí.
—La competencia nos asfixia, Edmundo, estamos perdiendo gente a diestra y siniestra, si seguimos así, un día de estos que no te sorprenda si cerramos.
—Eso no lo creo, Elenita, tú te vas a dedicar toda la vida a este negocio —rió—. Tú eres como la reina de la Kananga.
Elena se carcajeó de buena gana, enseñó sus dientes amarillentos por escasos segundos. Carlitos estaba incómodo, como perdido en medio de esa cháchara, pensaba en algo que decir, pero mejor era quedarse callado hasta que Rivera le diga algo.
—Elenita, antes de que vengan las chicas, quisiera preguntarte sobre un tipo —la escrutó para ver cómo reaccionaba. Todo normal—, Pedro Molina, dicen que viene siempre. Debe ser un buen cliente, es conocido por venir acá todos los días; sin embargo, yo no lo recuerdo.
—Ya sabía que no venías a saludar, Rivera, te pasas ya —lo miró de soslayo, luego a Carlitos que se puso nervioso, hubo un silencio—, Peter, cómo no. Es uno de mis mejores clientes, aunque últimamente ha estado haciéndose el vivo y no quiere pagar las chelas que seca con sus amigotes. Pero sí, viene siempre.
Al parecer la mujer no sabía lo que había pasado en la madrugada, no le habían llegado los chismes y era mejor no decirle nada.
—¿Y ayer estuvo por aquí? —le preguntó de pronto Rivera, casi interrumpiéndola cuando iba a decir a <>—. Quizás lo has visto ayer dando vueltas.
—Sí, ayer estuvo un buen rato. Se quedó hasta la madrugada como siempre. ¿Se ha metido en algún problema Peter? ¿No me vas a embarrar a mí no, Rivera?
—Cómo se te ocurre, Elenita, sólo quiero saber algo sobre ese tipo. Es coronel de la Policía y le estamos siguiendo los pasos. Pero no mencionaremos a esta casa para nada. No te preocupes.
—Ayer estuvo, pero fue bien raro. Su mujer llegó de pronto y armó un escándalo, se metió empujando a mis muchachos de seguridad y luego le comenzó a reclamar a Peter de todo. Hasta maricón le dijo, pero Peter que no soporta huevadas la sacó afuera y le dio sus buenas cachetadas para que se tranquilice, luego regresó a su mesa como si nada.
—¿Quiere decir que ayer la señora María vino hasta aquí y le armó un escándalo en esta misma sala? —Carlitos dijo sus primeras palabras atolondrado—. ¿A qué hora más o menos sucedió eso?
—Creí que te había comido la lengua el ratón, hijo. Claro, si yo misma la vi con estos ojitos, vino como a la una y como vino se fue. Es que Peter no respeta nada, encima tiene una hijita. Un día me enseñó una foto que lleva siempre en la billetera.
—Ayer la mujer del coronel se suicidó, pero antes le dio veneno a su hija menor —Rivera habló seco y sin siquiera pestañear—, por eso queremos saber qué pasó anoche.
La reina de la Kananga se cogió la cara por la impresión, pobre, Peter, dijo ensimismada. Qué culpa tenía la pobre niña. Se persignó y murmuró unas palabras que nadie entendió. Saco un pañuelo y se limpió la cara, se le corrió un poco el maquillaje.
—Es toda una desgracia, Elena, estamos con ese caso desde la mañana —puso cara de agotado ahora—, cuéntanos algo sobre él, algo que nos pueda ayudar. Tú sabes que no te vamos a nombrar a ti ni a tu local.
—Peter no tiene bandera. Viene casi todos los días con sus amigos, y se toma sus chelas sin hacer problemas. Pero ayer estaba —bajó la voz hasta que casi ni se le oía, Carlitos y Rivera se tuvieron que acercar— con su pareja. No quiero que esto llegue a oídos de otros pero Peter, juega en las dos canchas.
<> Esta frase quedó dando vueltas en la mente de Carlitos, Rivera al parecer lo había captado perfectamente. ¿No querrá decir que es maricón?
—Por eso ayer su mujer se escandalizó, le gritó maricón frente a todos, estaba histérica, y él estaba con su pareja pues, un guardia de la Policía también.
—Me has dejado con la boca abierta, Elenita, es todo lo que necesitaba saber —sin embargo no parecía impresionado Rivera—, a las chicas les dices que se preparen para la noche. Me ha ganado el tiempo.

Ya se acercaba el mediodía, se podía notar por el sol que caía en línea recta y por la sensación de vacío en el estómago. Habían salido temprano del periódico y estaban trabajando ya todo el día, una vez afuera se calzaron de nuevo los chalecos y pusieron en un lugar visible sus identificaciones; tenían hambre pero no había tiempo para ir a comer algo a la pensión. Caminaban callados, no hicieron ningún comentario al respecto, ¿será maricón? Tan sólo Carlitos le dijo al camarógrafo que tome unas fotos de la fachada del local por si acaso, y que se apure porque ya era hora de ir a la morgue.
Caminaron media cuadra en busca de un taxi que los libere del calor infernal que hacía, dicen “que cuando alguien en Moquegua se muere y se va al infierno, se regresa para llevar su cobija”, ambos rieron hasta que escucharon el chirriar de unas ruedas detrás de ellos, voltearon asustados; un auto negro se detuvo cerca, por poco nos atropella, dijo Carlitos asustado. Un instante después se abrieron las puertas y bajaron raudos tres sujetos con camisetas ceñidas y cara de pocos amigos, ambos retrocedieron unos pasos pero los otros comenzaron a correr, nos cagamos, Rivera, corre. No se alejaron mucho. Los jalaron de los chalecos, cayendo al suelo con estrépito y rasguñándose los brazos contra el pavimento.
Curiosamente no había un alma en la calle, no pasaba ningún otro vehículo ni mucho menos un Policía oportuno. No parecían asaltantes ni secuestradores, estaban con las caras descubiertas y tampoco tenían cicatrices ni tatuajes que se notaran. No había forma de correr ahora, ambos se pararon chocando una espalda con otra sin entender nada, pero listos para vender caro su pellejo.
Carlitos se acercó un paso temblando y les hizo frente, uno de ellos le propinó un golpe que le dio directo en el rostro y el otro un rodillazo que lo dejó sin aire, duró poco su estoicismo pues se arrodilló resignado a recibir el golpe final mientras murmuraba algo ininteligible; pero en vez de recibir más golpes vio cómo lo despojaban de sus cosas y destruían esa pequeña libreta donde anotaba, al igual que su identificación de periodista y todos los apuntes que tenía en los bolsillos. Quedó tendido en el suelo, volteó a ver a Rivera que estaba recibiendo una paliza de parte del tercer tipo, se compadeció por su camarógrafo, pero pensó que tuvo suerte y no le tocó aquel energúmeno que hasta lo podía matar. A Rivera le rompieron la cámara en pedacitos y antes de irse les patearon el vientre a ambos que yacían sobre las miles de chapas de cerveza que adornan la acera, advirtiéndoles que si no se quieren tener más problemas dejen de meterse en lo que no les importa. El auto negro se acercó, los tres matones subieron a la carrera; Carlitos se puso de pie y vio al conductor de reojo, le pareció reconocerlo.
—Nos cagaron, Rivera, ¿estás bien? —Carlitos se puso de pie luego de unos segundos de frotarse el abdomen, se acercó a Rivera que tendido en el suelo se retorcía—. Te apuesto que son tombos esos conchesumadres.
No les habían quitado los celulares ni las billeteras; más que nada se habían ensañado con Rivera, estaba grave. Carlitos desesperado llamó al señor Vilela y le dijo que los habían cagado, no, nos jodieron, nos han sacado la mierda unos matones y Rivera está grave, mándenos una ambulancia a la puerta de la Kananga. El señor Vilela se asustó, le iba a decir que eso no puede ser posible, que es un atropello para la libertad de prensa pero Carlitos enojado le dijo que primero la ambulancia y después le dice todo lo que quiera, ¿no entiende que está retorciéndose en el suelo mi camarógrafo?
Llegó la ambulancia haciendo alboroto con sus sirenas y subieron a Rivera en la parte de atrás, Carlitos pidió ayuda para subir por más que estaba bien y se sentó junto a Rivera. Varias personas salieron de aquellos locales que cobraban vida tan sólo en la noche, chicas con ropas diminutas, hombres con joyas en todo el cuerpo, unas cuantas señoras mofletudas y hasta pudo ver por una ventanilla a la reina de la Kananga que le preguntaba a una de las chicas qué estaba sucediendo.
Entraron al hospital haciendo más bulla de la necesaria, Rivera ya estaba mejor y hasta se animó a decir que fueron los tombos, a mí me conocen por lo que voy a la Kananga, saben que yo lo puedo cagar al hijo de puta del coronel. En la puerta de emergencia los esperaba un séquito de enfermeras con camillas y un doctor que se ponía los guantes apurado, menuda sorpresa se dieron cuando Rivera bajó caminando y diciendo que no se preocupen, creyeron que Carlitos era el herido pero éste les dijo que no, yo estoy bien, gracias.
El señor Vilela los esperaba en la puerta, desde que los divisó no paró de tomar fotos como si su dedo estuviera adherido al gatillo de la cámara. Aunque se encontraban bien, les dijo que igual entren y se hagan un chequeo, estas cosas se sienten al rato, cuando se les pasa el susto.
Mientras los auscultaban no dejaba su jefe de elogiarlos, mártires del periodismo; caudillos de la libertad de expresión; héroes del “Nuevo Perú”, les prometió que les iba a dedicar la próxima editorial y aún no soltaba el gatillo de la cámara. Le suturaron a Rivera el labio, la ceja y la frente, puta que te cagaron, Riverita. Carlitos se atoraba contando lo acontecido y aseguró que los policías fueron quienes hicieron esto. Yo reconocí al chofer y era el mismo tipo que me botó en la mañana de la casa de Pedro Molina.
—¿Estás diciendo que los policías fueron los agresores? —preguntó Vilela abriendo los ojos al máximo—. ¿Por qué harían eso?
—Porque —Carlitos no aguantó más y lo dijo a gritos—, porque Pedro Molina es maricón, un cabro de mierda y ayer estuvo con su pareja en la Kananga cuando su esposa, que en paz descanse, entró y le hizo todo un espectáculo.
—Entonces este tipo ha ordenado que nadie se entere de que es gay – puso ambas manos en la cintura—, por eso manda a sus matones para que los hagan callar. Con razón ningún otro diario o semanario está investigando, parece que también ha corrido plata.
—Estábamos yendo a la morgue cuando nos dieron la paliza —dijo Carlitos con ganas aún de trabajar, en realidad era un mártir—. Todavía estamos a tiempo.
No creo que estén a tiempo, cuando los cuerpos estaban siendo retirados, todos los familiares irrumpieron y no dejaron que los lleven a la morgue. A esta hora las deben estar velando y dentro de un par de horas es el entierro. Hasta ya pasaron el aviso en la radio, va a ser a las cinco la misa cuerpo presente en la capillita del cementerio y a las seis el funeral.
—¿Entonces no hay más que hacer? —dijo Carlitos.
—No se preocupen, ya mandé al loco Richard para que cubra el velorio, pero lo he mandado con Bernales y con Jaime para que lo cuiden. Vamos a cerrar la nota con esta información nomás, aunque sería macanudo saber qué pasó con el coronel Pedro Molina.
—Debe estar escondido por algún sitio, pero va a aparecer —dijo Rivera mientras el médico le ponía un hilo nuevo a la aguja diminuta y curvilínea.

Carlitos se distrajo viendo los gestos que hacía Rivera cuando la aguja entraba por un lado de su piel y salía por otro, se desanimó de su trabajo al ver su chaleco lleno de sangre y qué cara va a poner mi mamá cuando me vea así, creyó que debía dejar este trabajo de una vez, ¿cuántas palizas más serán suficientes?, o quizás algún día le den vuelta para que deje de joder. Se le llenaron los ojos de rabia en un instante y por su mente bailaban las palabras que usaría para la nota, el perro, el sátrapa del marido fue quien provocó todo, o mejor sería, la esposa colmada de la homosexualidad de su marido, de sus amaneramientos y de la mala influencia que representaba para la niña, lo afrontó en un local nocturno del cual era asiduo concurrente. La sorpresa que se llevó la mujer fue tan grande al encontrar a su marido bailando atrevidamente con otro hombre que le propinaba besos y le murmuraba al oído seguro obscenidades, que indignada se fue y tomó la desastrosa decisión. El señor Vilela lo interrumpió de pronto:
—Por mientras la fiscalía lo ha llamado para que dé sus testimonios por este caso —rió sarcásticamente—, está casi seguro lo del suicidio pero igual van a investigar. Dicen que cuando llegó a su casa en la madrugada y vio la camioneta de la Policía en la puerta se asustó, y peor aún cuando vio que entraban el fiscal y los peritos. Se puso a llorar en el suelo, salió corriendo y sacó su revólver para matarse, pero todos los demás tombos lo cogieron y no lo dejaron, estaba tan borracho que no pudo ponerle las balas al revólver, luego se lo llevaron en un carro y no lo volvieron a ver.
Terminaron de suturar a Rivera y luego de agradecerle a toda la gente de emergencias salieron caminando. En la puerta los esperaba la camioneta del semanario. Vamos a almorzar que yo invito, dijo Vilela, ya más tarde vamos a poner la denuncia por agresión y a redactar la noticia. Van a ver que mañana el diario se vende como pan caliente, con lo de las mariconadas, las putas, el chongo, el suicidio de la esposa por la homosexualidad del marido. Por pendejo lo vamos a cagar con el titular, qué les parece: “Se quita la vida por salida del clóset de esposo”, o mejor aún: “Se quita la vida por tombo doble filo”.
No celebraron mucho el titular, los tres almorzaron apurados pues tenían que cerrar la página, hacer borrón y cuenta nueva como si no hubiera pasado nada y prepararse para salir mañana de nuevo a las calles en busca de eso que quiere leer la gente. Pues alguien tiene que mancharse con toda la mierda de este país, ¿no crees, Becerrita?, pero aún así, no me vas a negar que éste es el mejor trabajo del mundo.

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