jueves, 15 de mayo de 2008

-Dragostea (verderojo) Recopilación de literatura sobre locura y razón.


Serie: Breves intentos (poesía, cuento, ensayo)
Fecha de publicación:
Páginas:
Dimensiones: 20 x 15 cm.
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Literatura de Manicomio-Abraham Valdelomar

En Lima pocos lugares son más interesantes que el Manicomio. Es la única morada en que los hombres son unánimemente vulgares. No sé si para ustedes, pero para mí la casa de los locos tiene un extraño poder sugestivo. Es el mundo más complejo, original y misterioso; la más profunda interrogación del espíritu; la más cruel realidad de la vida; el punto más vecino al infinito y a la eternidad. Nietzsche decía que lo que más acerca al hombre a Dios, es la locura.
Un manicomio es un estimulante para el pensamiento. Nada nos produce más ideas que el espectáculo de aquellos que parecen no tenerlas. Ante un loco el primer sentimiento que surge en nosotros es el de la compasión. Una pueril vanidad nos dice que somos superiores a él. El loco, en cambio, viéndonos, siente piedad o se ríe con desdén.
Pero, ¿qué es un loco? ¿En qué mundo vive? El hecho de que un loco tenga una lógica distinta a la nuestra no significa que sea inferior. Entre un loco y un cuerdo hay diversidad pero no inferioridad de pensamiento. Ha habido locos sublimes como Schumann; el músico loco cuya obra es la admiración de una serie de generaciones razonadoras y ecuánimes. Cada loco tiene su lógica, nosotros tenemos la nuestra. Eso es todo. Que yo no entienda el alemán no quiere decir que no sea un idioma como el español. Por lo pronto un loco es más subjetivo que un cuerdo. Posee una gran facultad introspectiva, todo lo reduce a su yo. Es un gran egoísta. Vive más que nosotros en las lentes naturales; para él no hay convencionalismo social, político o religioso. Hace lo que desea. Es supremamente libre. Se dice que todos los procesos mentales de un loco se realizan en un mundo fantástico, ¿pero el mundo de los cuerdos es acaso menos fantástico? La más elemental noción de física nos enseña que todo lo que nos rodea si no es falso, por lo menos no es absoluto. El árbol que es verde para el hombre, es amarillo para el pez., azul para el insecto, rojo tal vez para el ave. El color no está en las cosas sino en la retina. Y lo que ocurre con el color, acontece con la forma, el calor, los sonidos. Hay insectos cuya conformación auditiva les permite vivir en un mundo inefable de sonidos tan sutiles que nosotros no los podremos percibir jamás.
Los locos viven en un mundo de valores incomprensibles para nuestra razón, pero un loco se nutre, piensa, ama y llora. Su conciencia va por senderos misteriosos, pero existe. Un loco jamás se agita por ideas pueriles; no hay uno al cual no inquiete un grave problema trascendental y tan importante para él, que lo aleja de toda otra cuestión: descuida su traje, desdeña el trato de los que le rodean, su espíritu estoico busca en el misterio de una noche sombría la luz de una verdad que no alcanzará nunca.
¿Qué hay en la vida más solemne y admirable que un loco? ¿Qué hombre normal llevará jamás ese sello de majestad divina, extraterrestre, trágicamente hermoso, divinamente atormentado que un loco? ¿Habéis visto esos locos altos, pálidos, de cabellera revuelta, hondas ojeras, húmedos ojos y afilada nariz, cuyas manos aprisionan la noble inquietud de la frente luminosa? ¿No son éstos como espíritus errantes en una planetaria peregrinación que parecen buscar, sin hallarla, la Verdad Verdadera? En aquellos cerebros donde arde la fragua de un pensamiento radiante, en aquellos cerebros que se han desconectado produciendo la chispa de un incendio voraz e inextinguible, en esas almas heridas por una fuerza superior, hay algo de heroico y de divino. Son el símbolo de la humana inquietud, son los heridos más avanzados en los combates de la inteligencia, víctimas en quienes a caído el látigo del Destino, tal vez porque quisieron pasar el límite de la interrogación. Desgraciado el pueblo que no produjera locos, tampoco produciría genios; el genio y la locura son flores paralelas y a veces una sola flor.
Los siquiatras aseguran que todo lo que no es normal, que todo lo que no está bajo el plano de lo metódico, de las leyes establecidas, de todo lo que podríamos llamar lo vulgar, es morboso. Para el médico siquiatra, el tipo de hombre perfecto es el equilibrado en todas sus facultades, aquel en que una facultad determinada no predomina sobre las demás. Así el joven triste, el hombre ambicioso, el conquistador, el inquieto, el soñador, el atormentado, el amoroso, el ladrón, el locuaz, el pensativo, son tipos morbosos. El tipo ideal es el burgués tranquilo. Según eso, Victor Hugo, el niño prodigio, era un pobrecito degenerado, su cabeza deforme, su preocupación, su precocidad, todo acusaba en él a un viejo prematuro. De haber vivido hoy le habrían recluido en un sanatorio y le habrían curado. Habrían hecho de él un hombre práctico, ecuánime, sin arrebatos y sin exaltaciones.
Pero si el genio resulta una morbosidad, toda una manifestación extraordinaria intelectual es un caso de locura. Tan loco es el “bobo de Coria” de Velásquez como Edgar Poe, y tanto Nietzsche, cuanto Goya. Napoleón era científicamente un epiléptico, la doctoresa de Ávila padecía histerismo, el Hamlet es la obra de un loco, loco es el Quijote, el Aretino era un enfermo anormal: insultaba o adulaba a los príncipes y vivía de tan abyecta industria; el pobre Baudelaire no podía ser más loco; Verlaine era un infeliz degenerado; el triste Wilde lo era moral y físicamente; Maupassant murió en un manicomio; Benvenuto Cellini era un loco asesino; Barbey D’auverlly escribió El asesinato como una de las bellas artes y no se sabe mayor locura que la del alucinado San Juan Apocalíptico. Hay mil cosas más. Bien. ¿Y quiénes son los cuerdos?
¿Vale la pena ser normal? La normalidad es mediocridad. No hay seres más normales ni que más se acerquen a la naturaleza que los perros, los caballos, las vacas y los loros. Y, la verdad, lector, ¿a qué grupo prefieres acercarte, al de los de Poe, Hugo, Shakespeare, Goya, que están con un pie en el manicomio, o a esos normales dichosos, barrigones, tranquilos, rosados y razonadores que piden a gritos una montura y un freno?
Hoy he visitado como un templo, la casa de los locos. Mi corazón les ha dado un beso fraternal. Me parecían los compañeros de un camino que no todos conocen. Los había tristes, con una tristeza desolada y trágica; alegres y benévolos; taciturnos y ascéticos. Al través de sus ojos brillantes había como un fondo de aguas estancadas, verdes y lamosas. Aquí dormita un vencido: allí gesticula un inquieto; piensa, sobre una banca, un preocupado; corre por los jardines un persecuto; ríe sarcásticamente un descreído; hace números un caviloso. Y allá, lejos de todo ruido, en un rincón, junto a un tiesto de claveles rojos y reventones, con la cabeza entre las manos descarnadas, solo, un joven de ojos negros y tristes llora desoladamente las lágrimas más amargas y misteriosas que yo he visto llorar en mi vida…
Entonces salgo. ¡Aquel loco es joven y triste y llora un hondo dolor en silencio!
El Conde de Lemos

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